A la brava ese: ¿Dónde andarás? 

Este morrito tiene todo para ser un artista apasionado o un aguerrido sicario. La idea me vino a la mente para describirlo durante aquellas tardes que él se seguía acercando.

Por primera yo llegaba contento a dar clases para niñas y niños en aquella especie de centro comunitario, donde el exceso de calor, lo semiabandonado del lugar, el montón de menores con carencias afectivas con necesidad de esparcimiento alrededor los plomazos y los estragos de la guerra del narco, me causaron la finta de que había llegado a autoinmolarme en la cima del Cerro de la Cruz.

A diferencia de otros chavos que se mostraron desinteresados, que se esfumaron de cuete, o si se mantuvieron era tan sólo para hacer travesuras, él sí se quedó en la clase de pintura. Se notaba limpio, con tenis machines, con algunos 11 años, se quería imponer con una actitud enfrentada.

Al igual que los muchos niños y niñas de ese barrio violentado con la irrupción de los sanguinarios Zetas, se notaba gustoso al asistir de manera asidua. También, al igual que los demás, mostró un ávido interés y una curiosidad que crecía cada día más.

En lo que no se parecía a la mayoría era la personalidad, a menudo liosa, el típico morro abusón que le daba sus machichas a los más pequeños, se burlaba de ellos, los retaba a fregazos o les metía el pie para tumbarlos cuando estaban distraídos. Disfrutaba provocar el relajo, sobre todo cuando el grupo se prendía. 

Cierto día me mostró una serie de videos animados en Youtube y mientras soltaba las carcajadas, los personajes de caricatura en el monitor de mi compu se sacaban los ojos, las tripas, o se cortaban la cabeza. 

Entre sus vecinos y camaradas, puros infantes que adoraban y festejaban el reciente campeonato del Santos Laguna, se paraba presuntuoso y de frente se las soltaba: ¡Na, na, yo sí le voy, le voy al América!

En una ocasión, casi al final de la clase, él reposaba semi acostado en la mesa donde trabajábamos, del laredo de sus pies estaba una niña, de esas limpias y de rasgos finos, que aún no acababa el ejercicio, de pronto él levantó un pie y se escuchó una sonora flatulencia. La pequeña volteó a verme avergonzada, esperando mi respuesta. Él me reclamó con una sonrisa burlona, las manos en la nuca y diciendo: Profe, más vale perder un amigo, que perder una tripa. A la semana siguiente ya estaba en primera fila, esperando que le levantará el castigo: ¡Profe deme otra oportunidad!

Mientras a nuestro alrededor, durante esos días y noches largas, no paraban los enfrentamientos entre Chapos y Zetas, y no cesaban de aparecer cuerpos mutilados, un sábado tempra, durante la clase, yo atacaba la idea sembrada por la narcocultura de forrarte de feria fácil: Ese jale los llevará directo a la muerte, dije. Con una mirada tranquila y seria, él me la retachó: ¡Naaa, Profe, para morir nacemos!

“Es su manera de llamar la atención, anda en busca de una figura paterna, por lo mismo se acerca a ti, la historia de que su papá esta allá en los Cabos, debe ser una fantasía infantil. Su mamá es madre soltera, tampoco tiene una relación muy chida con ella, y según dicen sus compas y vecinos, el oficio al que ella se dedica hace que él se avergüence, pero creo que todo niño se avergonzaría”. Me dijo una compañera que les daba otra clase, y prosiguió, “A mí lo que más me da pendiente es que de grande va a hacer sufrir mucho a las mujeres que se le acerquen. Va a ser un hombre guapo, ahorita ya es un niño bien parecido, con sus ojos amielados y piel bronceada. Va a ser difícil tratar con él”.

Es muy probable que después de que pasara la calamidad de la guerra del narco, que a la de agüi-güi trajo a la Laguna el profe Moreira, las cosas a su familia les hubieran salido, como a mucha raza del barrio, medianamente bien, si no hubiera sido porque, a su tía, que vivía al laredo de su casa, hubiera decidido atender con la preparación de la comida diaria a los Zetas que vigilaban el territorio. 

Probablemente se animó a atenderlos por sentir alguna protección para sus dos chavos y la niña, quizás también por percibirse superior ante las vecinas chismosotas, pero lo más probable es que se metió por las carencias monetarias. Lo que sí, es que nunca pensó que el dominio de los Zetones en cualquier momento se iba a esfumar.

Cierto día de los ordinarios de la época, luego de varias jornadas de enfrentamientos, plomazos, granadazos, de cuerpos regados y alguno que otro decapitado, los de Sinaloa al fin tomaron el control de la colonia, el Cerro de la Cruz volvió a ser chapo. Lo primero que hicieron al arribar fue buscar y agradecer a los aliados, pero también darle su premio a la raza que había jalado con los de la última letra.

No era difícil dar con el cantón de la señora que les surtía la comida. Nunca se supo si se confundieron o si ya les urgía soltar la rabia y ponerle el ejemplo a la colonia, pero como no encontraron a una, se llevaron a la hermana. Días después la jefita de mi alumno apareció ejecutada, envuelta en una bolsa negra, allá por los rumbos del auditorio municipal. Parece que la ahorcaron.

Con la noticia del levantón, lo que quedó de las dos familias, tía, hijos y primo, salieron de un instante a otro en automático del barrio. Llevándose sólo lo que traían puesto, las posesiones que dejaron sirvieron para que los sicarios de los chapos las regaran al frente de la calle, como símbolo de paga, humillación y escarmiento, ante tochos los vecinos.

Luego del broncón nadie volvió a saber de ellos. Literalmente se perdieron del mapa. La aterrada familia se fue sin la certeza de a dónde ir a parar, borrando sus huellas por detrás, huyendo, huyendo lo más lejotes posible.

Pasado ya un rato sigo pensando en este chavo, cuando le conocí, y como destello cuando me aventuré a profetizar su futuro. Me vienen a la mente varias preguntas, ¿habrá estudiado? ¿En que trabajará? ¿Vivirá tranquilo? ¿Tendrá a una morrita alrededor que le ayude a olvidar lo sangriento de su pasado durante el sexenio de Felipe Calderón? ¿Será un artista apasionado o un aguerrido sicario? 

Pero me conformó con tan solo una respuesta, solo quisiera saber ¿dónde estará Milton? 

Ilustración de portada: Milton Esteban Valerio Hdz